The Good Fight, la secuela de The Good Wife de la que ya he hablado en anteriores ocasiones lleva ya unos cuantos episodios de su segunda temporada manteniendo la calidad con unos personajes que se sienten perdidos en un ambiente de decadencia laboral y política.
El contexto de la decadencia
Si en The Good Wife y BrainDead, de Michelle y Robert King, se ha visto siempre una marcada tendencia demócrata, en esta serie, y en especial en esta segunda temporada contamos con un aderezo, que es el contexto de decadencia de la era del Presidente Donald Trump.
Diana Lockhart aparece como un personaje absolutamente abrumado por las circunstancias políticas que le rodean, zapeando en la televisión dando crédito, incluso, a que su jefe de Estado pueda haber introducido un cerdo en la mismísima Casablanca.
Esa corrupción moral se observa también en los casos que llevan desde el bufete de Boseman y Reddick, como la violación a una concursante de un reality del estilo de Gran Hermano, a la que el productor del propio programa introduce borracha en un jacuzzi para conseguir más audiencia.
Corrupción e inseguridad
La atmósfera que envuelve la segunda temporada de The Good Fight es todavía más turbia por una oleada de asesinatos que está habiendo en Chicago contra abogados, a los que los distintos asesinos (el original y los imitadores) los acusan de haberlos estafado.
Diane, que sabe que su oficio tiene sus claroscuros, pues no siempre ha defendido a clientes honorables, y no siempre ha sido honesta en sus tarifas y eficaz en su desempeño, está muy afectada, hasta el punto de que vive presa del pánico.
Esta situación de histeria colectiva es aprovechada, incluso, por un empleado del bufete, que para ganar tiempo y poder presentar un informe que le han encargado decide enviar una carta con bicarbonato amenazando con que es ricina. El implacable investigador Jay Dispersia, interpretado por Nyambi Nyambi, pronto lo descubre.
La estafa Rindell
Uno de los hilos argumentales de The Good Fight es la estafa cometida por el padre de Maia Rindell y la investigación a la que está siendo sometida por parte de una agente del FBI un tanto corrupta, que no duda en presentar pruebas falsas para intentar que la joven abogada delate y entregue a su padre.
El juicio se va pincelando episodio a episodio, con las jóvenes Luca y Maia enfrentándose a las distintas vicisitudes que les plantea el sistema político y judicial.
En esta parte se pueden ver, asimismo, otras formas quizás menos evidentes de decadencia moral, pero igual de devastadora, que son las puertas giratorias entre lo público y lo privado y cómo abogados que han trabajado en la Fiscalía del Estado terminan en bufetes privados proporcionando información sobre procedimientos y causas judiciales que favorecen a los imputados.
The Good Fight nos muestra desde un cinismo magistral una realidad tragicómica en la que los distintos personajes se van adaptando como pueden a una era convulsa que, por distintas razones, no esperaban vivir. Sin duda, de lo más recomendable de esta temporada.
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