Estos días estoy viendo la inmerecidamente olvidada Dear White People de Netflix, una serie en la que un grupo de jóvenes experimentan su vida universitaria en una institución de élite en la que las luchas de poder y el racismo sutil e interiorizado forman parte del día a día.
Contradicciones y luchas de poder
Dear White People engancha por la fuerza de sus personajes y las historias que les ocurren, en las que no son presentados como héroes, sino como personas poliédricas que, aunque tengan razón en sus argumentos y batallas diarias, se ven también envueltas en grandes contradicciones.
Aunque se trata de una serie bastante coral, el peso de la trama lo lleva Samantha, una joven birracial (mitad blanca, mitad negra) que conduce un programa radiofónico universitario con el mismo título que la propia serie. Samantha es pura pasión, puro Black Lives Matter, pero se lleva en muchas ocasiones críticas de sus propios compañeros de asociación por no tener un tono de piel suficientemente oscuro y eso la hace entrar en absurdas luchas de poder.
Samantha, además, está enamorada de un joven blanco indie que se ve también obligado a mostrar su antirracismo más que ningún otro, aunque sus actitudes en muchos casos son interpretadas por los amigos de Samantha como condescendientes.
Y es que ese es precisamente el tema principal de esta producción de Netflix, el racismo sutil y que en muchas ocasiones nos lleva a actuar de manera artificial, sin saber cómo abordar situaciones completamente normales por los prejuicios interiorizados que tenemos.
Porque, a excepción de unos supremacistas blancos y acosadores, el resto de personajes caucásicos en Dear White People son personas corrientes, bondadosas, pero que en la práctica no saben cómo mantener una relación de amistad o pareja con una persona distinta en términos étnicos.
Racismo institucional
Caso aparte es el del racismo institucional que se pone sobre la mesa. Porque cuando la sátira de la propia serie te lleva a ver las costuras de todos los personajes y te entra la risilla floja observando sus contradicciones, de repente cae un jarro de agua fría en forma de, por ejemplo, un policía apuntando con un arma a uno de los amigos de Samantha simplemente para pedirle la documentación, o cualquier otra injusticia a la que desgraciadamente están muy acostumbrados, y vuelves a la realidad y a ver que tienen razón, y que el resto debe aprender a escuchar si realmente quiere ayudar.
En este sentido, aunque el Decano de Wincester es afroamericano, se ve en seguida que tiene poco poder para resolver cuestiones graves de abuso policial o, incluso, de corrupción de los donantes multimillonarios de la universidad.
Aunque todavía voy por la mitad de la segunda temporada y he leído que hay quien siente como una estafa que hayan suprimido la importante aportación que hacía la figura del narrador en las anteriores, voy a aventurarme y a recomendarla como una gran serie, fácil de ver, con episodios de corta duración y que hace pensar.
Cuentan los críticos de distintos medios que en los países de habla hispana, entre ellos España, por supuesto, no ha tenido gran acogida porque los temas se alejan de nuestras realidades. Quizá el hecho de que tengamos tan poco contacto con estos sentires es un síntoma de racismo en sí mismo, porque personas racializadas tenemos muchas alrededor.
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