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La Ciudad Secreta, el thriller de Netflix sobre corrupción y conspiraciones en el gobierno australiano, con la creciente tensión entre China y Estados Unidos como telón de fondo, es un imprescindible para estas fechas.

En La Ciudad Secreta, la periodista de política Harriet Dunkley (una magnífica Anna Torv), una de las más reputadas de Australia, descubre una antigua conspiración tras una serie de asesinatos, suicidios y atentados que ocurren en Canberra, Australia.

Y es que Dunkley se encuentra con movimientos geopolíticos, corrupción dentro de las altas esferas del gobierno con intereses personales, agencias de seguridad confabulando… lo que le lleva a complicar su vida profesional y personal.

La serie, basada en las novelas The Marmalade Files y The Mandarin Code, escritas por los reporteros veteranos de Canberra Chris Uhlmann y Steve Lewis, y adaptadas con estilo por Matt Cameron, Belinda Chayko y Greg Waters, muestra un gran conocimiento de la política local australiana, que se percibe en cuestiones como el funcionamiento interno del gobierno o la relación entre los sindicatos y el Partido Laborista.

Hay un elemento muy positivo, y es que Secret City evita las explosiones y los tiroteos en favor de una creciente sensación de amenaza, ya que un puñado de personajes y “coincidencias” se entrelazan cada vez más.

Además, destaca por la verosimilitud de los personajes. Ninguno es caricatura, todos son personas complicadas que juegan grandes apuestas, algunas increíblemente valientes, otras terriblemente banales, todas impulsadas por una variedad de realidades personales y profesionales que sirven para limitar sus opciones, a menudo fatalmente.

Sus motivaciones son complejas y por lo general ocultas, pero se ven impulsados ​​a tomar decisiones en las que pueden no tener buenas opciones, ninguna ruta moralmente obvia. Apropiadamente para el género, pasas cada temporada tratando de descubrir en quién puedes confiar y a quién debes odiar. Y a menudo te equivocas.

La Ciudad Secreta es una mezcla matizada, discreta y nunca cliché de intriga política y demonios personales con un satisfactorio sabor australiano. Se suma a ello el interés que despierta el punto de vista nada manido de Australia, históricamente alineada con los Estados Unidos mientras mira a China para impulsar el comercio y la actividad económica.

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