A falta de unos pocos episodios para terminar de ver la séptima y última de Orange is the New Black (OITNB, por abreviar), he de señalar que esta temporada está siendo con diferencia la más comprometida políticamente de todas, y eso que las anteriores dejaron el listón muy alto, pero las irregularidades y violaciones de Derechos Humanos que se denuncian en ella son muchísimo mayores.
Si en anteriores temporadas el nudo en el estómago era una consecuencia directa de ver los episodios, en esta no queda terminación nerviosa del cuerpo que no se remueva.
Irregularidades en el ICE
Una de las cuestiones más impactantes de esta entrega de OITNB es la inmersión que se realiza en la actuación del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos (U.S. Immigration and Customs Enforcement, ICE) y los centros de detención donde son confinados y confinadas todas aquellas personas extranjeras que son sorprendidas dentro del país sin los ‘papeles’ en regla.
Como viene siendo habitual en Orange is the New Black, el cuidado por la presentación de personajes y la trama de cada uno de ellos es lo que genera el vínculo desde el primer momento. Así, la liberada Maritza se va a encontrar, debido a una redada en una discoteca, de nuevo prisionera, pero esta vez en un lugar peor que la prisión de Litchfield: un centro de detención para inmigrantes sin regularizar.
Allí se encontrará con Blanca, a la que, en el último capítulo de la sexta temporada, vimos cómo engañaban diciéndole que le habían concedido la libertad cuando iba destinada a una deportación ilegal sin garantías procesales de ningún tipo.
Las irregularidades y las violaciones de Derechos Humanos se suceden en ese anexo a la prisión que es un infierno mucho peor. El espectador se encoge mientras ve atrocidades como no permitir llamadas a teléfonos de asistencia jurídica gratuita, no concederles abogados para las vistas del juicio y no tener las mínimas garantías de salubridad, con comida caducada, aglomeración, falta de atención médica, etc. y, lo peor de todo, el resultado de ser deportadas a países en los que no conocen a nadie y cuyo idioma en muchos casos no saben.
Investigación sobre las irregularidades
Pero, ¿cuánto parecido con la realidad hay en estas escenas? Más del que todos quisiéramos.
No en vano, los productores de la aclamada serie obtuvieron la asesoría de la organización Libertad para los Inmigrantes (Freedom for inmigrants) mientras investigaban para elaborar la parte del guion en la que salían mujeres en custodia del ICE esperando una posible deportación. Y ello no ha estado exento de polémica.
El propio Washington Post corrobora que, con la ayuda de esta organización, los guionistas visitaron el Centro de Detención Adelanto en California entre mayo de 2017 y mayo de 2018 para tener una panorámica de cómo era. Y lo que encontraron fue una sala enorme que olía a “sopa rancia” en la que las mujeres dormían juntas, hacinadas, “sin espacio personal, sin nada que decorase las camas, sin fotos, sin libros”.
Como una prisión, pero con todavía menos derechos de los que se venían denunciando en la serie (y en otras como la espeluznante Oz).
Beneficios y corrupción
¿Y quién se beneficia de todo esto? Pues, como nos mostraba Orange is the New Black en anteriores temporadas, las compañías que gestionan las cárceles privadas, que orientan toda su administración a ahorrar costes para mejorar la rentabilidad económica, por lo que se pierde el carácter de reinserción que se supone que deben tener las prisiones.
Así, la serie nos enseña personajes como Linda Ferguson, directora del correccional que solo busca optimizar y multiplicar el beneficio de la empresa que la contrata, PolyCon Corrections.
En una prisión en la que solo se busca el lucro, cuantas más presas haya, mejor. Además, el personal laboral recibe salarios indignos y se ve con legitimidad para completar sus propias ganancias introduciendo droga y elementos de contrabando y, obligando a las reclusas a vender para ellos, por lo que la corrupción a todos los niveles está servida y cualquier persona que entre en ella con ganas de cambiar el sistema percibe pronto la imposibilidad de hacerlo.
Un cóctel perfecto para la violencia y la tragedia. ¿Quién necesita una distopía inventada teniendo esta cruda realidad enfrente?
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