El título de mi post lo dice todo, supongo, pero ante tantas malas críticas a la última temporada de Black Mirror diciendo que si es una estafa, que si ha descendido la calidad, que si “ya no es lo que era” (el equivalente seriéfilo a “la maqueta molaba más”), siento un impulso irrefrenable por romper una lanza en su favor.
Cada día más Black Mirror
Quizá haya una discrepancia de base en todo este tema de Black Mirror, y es que un sector del público la ha visto como una serie especulativa sobre temas que nos afectan ahora y otros, además de esa parte, le hemos visto el carácter de ciencia ficción que tiene.
Es la misma división que se establece entre quienes alucinaron con el primer episodio de la primera temporada, el del Primer Ministro que es obligado a tener relaciones sexuales con un cerdo, y quienes pensamos que ese capítulo es el más mediocre, inverosímil y peor narrado de toda la serie.
En este sentido, la última temporada de Black Mirror continúa la senda de los episodios más scifi que ha tenido a lo largo de su trayectoria, con una puesta en escena que, además, incluye ciertos tópicos sobresimplificados por quienes aborrecen la ciencia ficción (“navecitas”, videojuegos, apocalipsis, robots…).
Explorando el duplicado de conciencia
El primer episodio de esta cuarta entrega, titulado USS Callister, explora la línea que comenzó en el espectacular episodio especial White Christmas, protagonizado por Jon Hamm. En él se especulaba sobre si los duplicados de conciencia y ADN podrían dar réplicas exactas de uno mismo que experimentaran idénticas emociones y se sintiesen atrapados eternamente en los dispositivos en los que estuvieran destinados.
USS Callister constituye, además, una crítica a las personas cobardes que no son capaces de enfrentarse a los demás, pero albergan una oscura y déspota personalidad.
Para los que somos gamers y/o estamos muy en contacto con el entorno de los videojuegos también es una denuncia del machismo y el autoritarismo de algunos gamers que se pueden ver en los juegos online.
Mejor calidad que nunca
Esta cuarta temporada en mi opinión ha sido la más compacta y homogénea en cuanto a la buena calidad de todos los episodios.
Arkangel, donde una madre sobreprotectora hace uso de la tecnología para censurar lo que ve su hija y controlar todos y cada uno de los aspectos de su vida, no difiere mucho de la realidad que viven muchos hijos de padres cotillas que leen sus diarios y los espían continuamente. Mayor verosimilitud e inquietante cercanía a la realidad, imposible.
Crocodrile, con puesta en escena de los famosos thrillers nordic noir, es una genialidad, no tanto por su concatenación de crímenes (que levante la mano quien no haya recordado la histriónica película Very bad things, con Christian Slater, viéndolo), sino por la presentación del “Corroborator”, el escalofriante artefacto que se conecta a tu cerebro y puede meterse en tus recuerdos, incluso aunque no quieras.
Hang the Dj, quizá el que menos me ha gustado de toda la temporada, hace una exposición bastante elegante del futuro de las relaciones en la que sería la era postTinder.
Metalhead, uno de mis favoritos de esta entrega de Black Mirror, me ha resultado aterrador por la verosimilitud de su planteamiento. Basta pasarse un rato investigando el estado actual de las armas autómatas para darse cuenta de que podría ser plausible el “arma definitiva” que nos aniquilase. El hecho de que sean pequeños robots con forma de perro lo hace todavía más perturbador.
¿Quién no ha pensado en los vídeos promocionales de Amazon con sus drones entregando los paquetes al ver a los protagonistas siendo atacados por robots que vigilan las mercancías?
El ritmo de este episodio es trepidante y corta la respiración por momentos. Que sea uno de los que más críticas ha suscitado me resulta francamente extraño, casi tanto como los comentarios de la gente que dice que no le gusta The Leftovers.
Y qué decir del último episodio, Black Museum, uno de los mejores capítulos en forma de autohomenaje a todos los cachivaches tecnológicos e historias distópicas posibles de Black Mirror, en el que también se explora lo retorcido de duplicar la conciencia de una persona a través de copias de ADN o transferencias a otros dispositivos.
La trascendencia de Black Mirror
Yo que siempre he pensado que me gustaría ser inmortal, incluso aunque tuviese que trasladar mi conciencia a un robot cuyo cuerpo no pereciera o pudiese ser reparado constantemente, estoy empezando a temer que mi sueño utópico puede ser en realidad una eterna pesadilla.
Y todas estas reflexiones trascendentales las ha provocado Charlie Brooker, él solito con sus guiones tortuosos, lanzando hipótesis como los grandes escritores de ciencia ficción.
Ahora que están emitiendo los relatos cortos de Philip K. Dick, de los que hablaré en otro post, se puede ver que muchos episodios de Black Mirror, entre ellos los emitidos esta temporada, superan con creces el nivel del prolífico escritor de Chicago. A ver qué otros creadores superan ahora mismo algo así.
Así que sí, brindo por muchos años más de Black Mirror con esta calidad.
Comentarios recientes