Llevo unos días de maratón de 13 Reasons Why de Netflix y he de confesar que me está haciendo pensar mucho, y sobre temas que además están muy candentes ahora mismo.
Para quien no la conozca todavía, se trata de una serie en la que Hanna Baker, la protagonista, una adolescente de 17 años, se suicida, dejando varias cintas de audio en las que expresa por qué. Cada una de las cintas, dedicada a un compañero, amigo e, incluso, a un profesor, contiene qué ha hecho la persona en cuestión para que Hanna termine dejando de confiar en sí misma y en el ser humano como para dejar de seguir viviendo.
Las sucesivas historias que va narrando y las relaciones que mantiene con su entorno llevan inevitablemente a reflexiones de bastante calado sobre el mundo que nos rodea. Porque, si bien es cierto que la serie está ambientada en Estados Unidos, donde el tema de la popularidad en los institutos alcanza cotas demenciales, en España, como vemos cada día en las noticias, o como nos cuentan asociaciones como IAPAE (desde aquí mi más sincero apoyo a Rafa Romero y su lucha quijotesca por los niños en Andalucía), esto también está pasando.
Pensar sobre el acoso en los centros escolares
Esta serie de adolescentes, protagonizada a su vez por chavalitos que no superan los 20 (no como en alguna que otra serie española, je, je, je), comienza su segunda temporada con los actores explicando que son eso, actores, y que si algún adolescente que está viendo la serie está atravesando una situación similar, por favor lo comunique a su familia o a alguna otra persona adulta de referencia.
Reconozco que, cuando lo vi, un escalofrío me recorrió el cuerpo, porque es cierto que hay en estos momentos miles, millones de niños y adolescentes en todo el mundo que sufren en sus carnes el acoso escolar, tanto por parte de compañeros como por parte de profesores, o de ambos.
Y ya sé que #notallteachers, pero la cantidad de profesores que se ríen, insultan y marginan a alumnos solo porque no son todo lo normativos que ellos querrían es alarmante incluso aunque fuese uno solo el que lo hiciera, que no es el caso.
Tenemos que pensar seriamente por qué no se puede garantizar la seguridad de los alumnos de un centro, a nivel físico y psicológico, y por qué se están produciendo todos estos casos de acoso. Si proviene de la educación familiar, la social que está en todas partes (televisión, anuncios de publicidad, mentalidad e ideología imperante) o de la propia estructura del sistema educativo.
Y hay que pensar con detenimiento qué podemos hacer para que un niño o una niña que se sienten acosados no reciben la atención que necesitan hasta el punto de llegar, como ha pasado en varias y tristísimas ocasiones, a suicidarse, como la protagonista de 13 Reasons Why.
Pensar sobre la corrupción judicial
La serie nos remite, asimismo, a otro debate que está presente en todos los medios, como es el del machismo y la corrupción de la administración judicial, en un sentido no sé si tanto legal como desde luego que moral, pues se están dando condenas ridículas a hombres que han drogado y abusado de las amigas de su hija, de sus propias nietas, de mujeres a las que han agredido por la calle, etc.
En este clima de impunidad judicial que parece imperar, el poso que queda es que agredir a una mujer, sea verbal o físicamente, es algo permitido y excusado, y son ellas quienes, en caso de denunciar, son sometidas a juicio.
Esto mismo ocurre en la segunda temporada de 13 Reasons Why, en la que la madre de Hanna, que ha interpuesto una denuncia contra el instituto Liberty, al que acudía su hija, tiene que ver cómo cada día la abogada defensora del instituto somete a escarnio y juicio a su hija, a la que, por hacer las mismas cosas que en un chico estarían permitidas y bien vistas, se la califica de muy malas maneras.
No puedo evitar acordarme de la víctima de “La Manada” y cómo la defensa de los agresores contrató a un detective para comprobar si esa chica estaba traumatizada en función de parámetros como si seguía saliendo a la calle, yendo a restaurantes o viajando. Porque para la administración judicial, y para la sociedad, una víctima ha de ser poco menos que una beata, y que haya bebido, que lleve una determinada ropa, que haya consentido en un momento inicial, todo eso son provocaciones y, por tanto, atenuantes para el violento agresor.
Cuando veo a la abogada defensora del Liberty preguntar a los distintos testigos que está citando (padres de Hanna, amigos, exparejas, etc.) pienso qué pasaría por la cabeza de la madre de Nagore Laffage, la joven enfermera asesinada por un compañero de la Clínica Universitaria de Navarra en las fiestas de San Fermín de 2008, y cómo todo el juicio giró en torno a un supuesto consentimiento previo. Y eso ya dio carta blanca para que ocho años después el asesino siguiese con su carrera profesional como psiquiatra como si nada hubiese pasado.
Pensar sobre el machismo y la homofobia
Y todo este machismo, del que me avergüenzo como hombre, está en los hogares, en los colegios y en los institutos.
Los que ya peinamos canas teníamos la esperanza de que las nuevas generaciones hubiesen sido impregnadas de verdad por la revolución sexual y el empoderamiento y que ninguna chica tuviese que soportar más críticas y prejuicios por vivir su sexualidad como le plazca, pero parece ser que estamos estancados y que no solo las chicas, sino también los y las adolescentes LGTBI viven los mismos dramas y las mismas situaciones de acoso de nuestra época.
13 Reasons Why es una bofetada de realidad, incluso a pesar de sus momentos de inverosimilitud (¿cómo puede un adolescente tener escondido a otro en su habitación y que no se enteren los padres?). Y es que tenemos que estar atentos a qué están viviendo nuestros chavales para tenderles una mano y crear una sociedad mejor. Nos va la vida en ello.
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