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Ahora que están saliendo muchísimas y  muy tristes noticias sobre acoso escolar, no puedo evitar acordarme de 13 Reasons Why y su tercera temporada, de la que no había escrito todavía, y que me parece muy interesante desde un punto de vista ético y sociológico, pues es la transformación de las víctimas en verdugos.

Víctimas no resarcidas

No quiero empezar un párrafo más sin avisar de que voy a destripar la serie, así que, si todavía no la has visto, estás a tiempo de frenar en seco y evitar males mayores.

Si en la primera y segunda temporadas de la serie nos quedábamos con la sensación de impunidad, de escarnio a las víctimas, a las que, como solemos ver en muchas ocasiones también en nuestro país, se las juzga desde un punto de vista moral y se las responsabiliza de las acciones delictivas de sus agresores, en esta cambian las tornas.

Mundo adulto ajeno

El mundo corrupto adulto permanece ajeno a todos los problemas que les pasan a los adolescentes.

Esos y esas adolescentes del Liberty High School, víctimas que se han visto afectados y perjudicados, en mayor o menor medida, por el machismo e, incluso, la sociopatía de alguno de sus compañeros, dan la vuelta a la tortilla y terminan tomándose la justicia por su mano.

La hasta ahora última entrega de 13 Reasons Why nos muestra a estas víctimas cohesionadas entre sí y dispuestas a resarcir a la difunta Hanna Baker y a todas aquellas personas que hayan sido agredidas, abusadas y violadas por Bryce Walker y su amigo Montgomery de la Cruz.

Encubriendo delitos y juzgando por su cuenta

Desprotegidos, los adolescentes de 13 Reasons Why se ven abocados a ser ellos mismos policía y jueces.

Sucede, además, que al verse desprotegidas por la policía y las autoridades adultas, estas víctimas se ven en la necesidad de decidir ellas qué hacer con los culpables. Emiten juicios y condenas, organizan rehabilitaciones en función de cómo se sienten y al final les sucede como al propio sistema. La corrupción moral imperante ya se ha apoderado de ellas.

Justicia por su mano

Ellos deciden a quién condenan y a quién rehabilitan. La corrupción imperante ya se ha apoderado de ellos.

De verdugos a víctimas

De la misma manera que observamos cómo entre todos realizan y cubren dos crímenes, la serie nos ofrece una visión más global de cada una de las partes.

Bryce, reflexivo sobre sus delitos

A lo largo de toda la temporada vemos a un Bryce reflexivo, que se arrepiente de sus delitos.

Todos los chavales son a su vez víctimas y verdugos, todos tienen sus conflictos y todos tienen sus razones.

En el caso de Bryce, esta temporada se nos muestra su faceta más íntima y personal, sus miedos, sus incertidumbres, el rechazo que sufre por parte de padre y sus deseos de mejorar como persona e intentar compensar el daño que ha hecho.

Impunidad y culpa

A pesar de la impunidad, Bryce siente la culpa debido al rechazo de sus amigos. Se da cuenta del daño que ha hecho y quiere repararlo.

En el de Montgomery de la Cruz, el espectador logra comprender (que no justificar) toda esa violencia que va distribuyendo por el mundo debido a las continuas palizas de su padre, ante el cual tiene que reprimir su orientación sexual.

Pero los personajes ya no son niños, están en el proceso de llegada a la vida adulta, en la que a veces ya no vale con un “lo siento” o un arrepentimiento, especialmente si el daño es tan grande que se ha llevado, incluso, vidas por delante.

Angustia y dolor de la madre

La angustia y el dolor de la madre humanizan también la figura de Bryce.

Y es así cómo la serie nos narra cómo, debido fundamentalmente a la dejadez y la injusticia de la administración judicial, que desampara a los y las adolescentes, se frustra cualquier tipo de redención para los verdugos y de justicia para las víctimas.

El resultado es una escala de grises muy interesante. Veremos si en la cuarta, que parece que va a ser la última, se corrige un poco la corrupción del sistema y se hace un poco de justicia.

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