Un año más, la sede de la Fundación Cajasol en Sevilla se ha convertido en visita obligada para quienes, de manera más o menos directa, trabajamos o nos sentimos cerca del fotoperiodismo. Y es que, como sucedió y os conté en 2017, Cajasol ha dado el pistoletazo de salida a la exposición World Press Photo 2018.
Mis favoritas de World Press Photo 2018
Las imágenes ganadoras del certamen de este año son desgarradoras y sobrecogedoras como cabría esperar, si bien hay dos de ellas que a mí me han resultado particularmente esperanzadoras y como un soplo de aire fresco entre tanto dolor. Así que, por cambiar un poco el enfoque, voy a empezar por esas.
La primera de ellas, primer premio en la categoría Nature-Stories, la realizó la fotógrafa Ami Vitale en febrero de 2017 en el norte de Kenia y muestra a un grupo de trabajadores dando de comer a bebés elefantes en el Santuario Reteti Elephant.
Me produce una gran alegría que, entre tantas noticias de cazadores de elefantes y otros animales africanos, haya un rayo de esperanza en comunidades como esta, destinadas a proteger la vida, además a través de la autogestión, la estabilidad y la creación de puestos de trabajo.
Ver esta imagen me ha servido para indagar en este nuevo movimiento conservacionista en el que las comunidades locales se involucran en el rescate, la rehabilitación y la liberación de elefantes.
Mi segunda favorita también me ha descubierto otra comunidad con un proyecto ilusionante. Fue tomada en agosto de 2013 en el pueblo austríaco de Merkenbrechts por la fotógrafa Carla Kogelman. La particularidad de este pueblo es que es una aldea de bionergía que produce parte de sus propias necesidades de la biomasa local y otras fuentes renovables.
En la imagen, primer premio de la categoría Long-Term Projects, aparecen dos niñas que pasan la mayor parte de su tiempo juntas, haciendo juego libre y viviendo la arcadia que todo niño de esas pequeñas edades debería tener.
El World Press Photo 2018 más duro
Aunque estoy en una etapa de mi vida en la que prefiero ver cosas positivas, no voy a dejar de hablar del World Press Photo 2018 más duro e impactante, que es el que realmente llama la atención a mucha más gente.
El plato más fuerte está en la imagen ganadora de este año, tomada el 3 de mayo de 2017 en Caracas por Ronaldo Schemidt. En ella se puede ver al manifestante José Víctor Salazar Balza en llamas durante los disturbios ocurridos contra el presidente venezolano Nicolás Maduro.
Es una imagen clásica en cuanto a los parámetros del fotoperiodismo, pero está capturada con gran maestría y una velocidad de obturador rapidísima, de 1/800.
Otra desoladora para mí ha sido la ganadora de la categoría General News – Stories, en la que la iraquí Nadhira Aziz aparece sentada en una silla observando las labores de desentierro de los cuerpos de su hermana y sobrina, asesinadas por un ataque aéreo en Mosul. El autor es Ivor Prickett y la fotografía la tomó el 16 de septiembre de 2017.
Los refugiados Rohingya fallecidos después de que se hundiera su bote que aparecen en la imagen de Patrick Brown; las dos adolescentes postradas en una cama de Suecia en coma debido al síndrome de resignación en la fotografía de Magnus Wennman, un hombre cargando un saco de botellas en un basurero en Lagos en la foto de Kadir van Lohuizen son tres de las imágenes más duras que hay en la muestra.
Con una enorme tristeza se puede observar también a un rinoceronte blanco drogado y con los ojos vendados en Botsuana, en una fotografía tomada por Neil Aldrige mientras lo trasladaban para protegerlo de los cazadores furtivos.
World Press Photo 2018 es, como en años anteriores, una muestra del ser humano y su enorme capacidad para generar desgracias. Por eso hay que verla y sufrirla, porque solo reconociendo quiénes somos seremos capaces de cambiarnos, aunque sea un poquito.
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