Seleccionar página

No suelo escribir textos sobre entretenimiento infantil porque es un área muy específica para la que considero que hay que tener cierta vocación, además del hecho de que generalmente me gustan producciones destinadas al público adulto (bueno, vale, me habéis pillado, también me gustan el anime y los cómics), pero voy a hacer una excepción con Cantajuegos aprovechando que este fin de semana he estado con mis sobrinos en su espectáculo de Madrid.

Cantajuegos, para muchos de mis amigos, son un grupo de treintañeros que se visten de manera muy hortera, simulando ser niños, y versionan canciones infantiles tradicionales, además de tener algunas de repertorio propio.

Y es cierto que a un treintañero, o a un cuarentañero, como es mi caso, no le va a gustar de ninguna manera un grupo de gente de su edad que se viste como los niños de hace décadas y canta Susanita tiene un ratón, entre otros hits. También es verdad que el sonido del teclado, organillo y acordeón de charanga no ayudan, pero eso es accesorio y secundario, pues a quien le tiene gustar Cantajuegos, y a quien realmente le gusta y lo demanda es a los niños.

Es un producto para críos que esos treintañeros y cuarentañeros están obligados a consumir, ya no solo por las exigencias que puedan hacer los más pequeños, sino por el simple hecho de que, por muy histriónica que nos pueda resultar a nosotros esa puesta en escena, las canciones infantiles y sus performances tienen como objetivo enseñar. No es algo gratuito, sino que los niños aprenden a través de esas rimas, canciones y bailes.

Cantajuegos y su didáctica

Ayer, mientras veía el espectáculo con mis ojos de adulto, de repente me reencontré con el niño que fui y me recordé a mí mismo moviendo mis manos al ritmo de una canción, recitando rimas largas e intrincadas que para mí eran simple ocio en aquel momento y que hoy descubro que tenían como objetivo ejercitar mi memoria, fomentar la motricidad fina e iniciarme en el complejo mundo de la interacción social con mis iguales.

Los niños tienen que aprender hasta lo más básico, como usar sus manos. Qué mejor que hacerlo con música y bailes.

Y es que en el extraño para muchos adultos mundo de la pedagogía infantil todo, o casi todo, tiene una razón. Las pegatinas que tanto nos gustaba poner en cualquier sitio, para cabreo de nuestros padres, también tienen como objetivo fomentar la motricidad fina. Los cromos, ese gasto semanal obligado, ponían a prueba nuestra constancia, nuestra memoria, nuestra motricidad fina y nuestra capacidad para compartir. Y así con todo.

Por eso Cantajuegos, por muy ñoños que nos puedan parecer a toda esta generación de adultos que todavía no tenemos hijos, o a los que han decidido no tenerlos, cumplen una función social casi huérfana desde que los Rabal y los Aragón dejaron los escenarios. Y sí, sus espectáculos son caros, y hay que pagar entrada hasta en el caso de los bebés, que luego no ocupan sillón, pero alguien tiene que hacerlos.

Share This

Share This

Share this post with your friends!